Ferguth Rell

Cuentan que se lo ha visto por diversos parajes y que pesar de los años que lleva errando en la Tierra, el tiempo no ha conseguido corromper su figura. Congelado en una edad física de unos treinta años, su cuerpo alcanza una altura de un metro y noventa centímetros. Es un ser de fuertes manos, dura musculatura plasmada en brazos venosos y piernas firmes, amplio pecho y espalda, al igual que un marcado y delgado abdomen. Apariencia acompañada por expresiones algo rusticas, de una masculinidad natural. Incluso su largo cabello exalta ese hecho, en lugar de dotarlo con la delicadeza propia de la característica, se esparce sobre su espalda con roja ferocidad, indomable.

Su vello en la totalidad es pelirrojo, desde la cabeza a los pies.  Sólo deja barba en el mentón y en las patillas, lo único en su aspecto que se puede decir que cuida. Tiene las cejas tanto como las pestañas bastante pobladas, a diferencia de los brazos y las piernas donde el vello apenas se nota por su color.

Por otro lado, sus ojos son de un celeste pálido, siempre directos. El resto de sus rasgos están bien definidos en ángulos varoniles, endurecidos por los años. Y la piel estampa su silueta con un tono marfil, tan curtido como tan frío.

Lejos de la perfección, hay cicatrices que lo caracterizan, sobre todo una que pasa por su frente y atraviesa la longitud de su rostro sobre el ojo izquierdo, resultado del encuentro con alguien a quien guarda especial rencor. Tiene otras cicatrices en varios lados de su cuerpo. Una al costado igualmente izquierdo de la pelvis, cercana al hueso de su cadera y que se extiende hacia arriba. Y varias más en sus muñecas, extendidas hacia los brazos. En este último caso, la razón de las mismas es el propio uso de su sangre para varios rituales. En el primer caso… bueno, digamos que hay marcas de las que no se recuerda su origen.

Finalmente, su vestimenta es un reflejo de su propia personalidad. A veces en exceso sobrio con los colores oscuros encabezando la lista de sus preferencias. Sin embargo, no faltan los accesorios extravagantes, como ciertos collares de materiales dudosos, sobre todo huesos y otras cosas poco dignas de mención.

¿Qué decir? Ferguth es un hombre portador de una personalidad retorcida con ciertos atisbos de luz. Bajo un manto sereno con una voz gruesa y armoniosa, esconde un mar turbulento y grotesco.

Tiene una forma educada de expresarse, incluso en los momentos en que la soberbia le gana, y es directo, a pesar de que no siempre sea sincero. Cuando sus pasos van orientados en una dirección en concreto, hará lo que sea necesario para llegar a su meta. Luego de tantas décadas dedicadas al “trabajo” de brujo, le ha quedado la arraigada creencia de que el fin justifica los medios, y no, no es una simple frase en su vida para adornarlo, puede elegir un camino realmente sucio para transitar si es necesario. Carece de dudas al respecto, las cosas se hacen o no se hacen, cada decisión deja consecuencias y no se muestra reacio a lidiar con ellas, para obtener resultados se debe estar dispuesto a todo.

Por esto mismo puede llegar a ser manipulador, sembrar semillas de discordia o usar sus palabras como un veneno que busque adentrarse en aquellos que lo escuchen. Una característica peligrosa si se la mezcla con la confianza que se tiene, con un elevado y bien camuflado amor propio que lo lleva a ser un mal perdedor.

Determinado, se podría decir. Porque a pesar de todo esto, es un hombre bastante simple, un hombre de soluciones, no de complicaciones. Si bien tiene a las fronteras del bien y el mal por completo distorsionadas, se rige bajo las reglas de su mundo y las de su señor.

Aunque no siempre juegue limpio, su palabra es algo que mantendrá sin importar el precio y no romperá ninguna norma. Así que dista de actuar a la ligera, medita con una oscura frialdad antes de actuar o de siquiera hablar. Pero, curiosamente tiene un buen sentido del humor, siniestro y vulgar, pero lo tiene.

Entre sus meditaciones o manipulaciones, disfruta de observar a los demás individuos, escuchar con atención para idear al instante de sus comentarios astutos y/o burlones, sarcásticos o irónicos, metafóricos si se quiere. Sin perder su tono educado, por supuesto. Al final del día lo que cuenta no es lo que se diga, sino, cómo se lo diga.

Volando hacia un lado más personal, es un obstinado creyente de que se debe mantener a los amigos cerca y a los enemigos mucho más cerca. Sin embargo, es muy raro que llegue a concebir cariño por alguien. Puede que ya no recuerde cómo querer, o puede que simplemente no quiera querer. Un brujo es todo lo que él es, los sentimientos de amor no van incluidos. De cualquier forma, ¿se puede controlar el sentir? El corazón suele anhelar una caricia, el abrazo de un sentir acogedor o pasional, incluso el cálido sabor de otra lengua sobre la propia, el sonido de dos cuerpos que se mezclan en una abrasadora unión… Cuando su piel arde y reclama, se quemará hasta consumirse por completo y probablemente te arrastre con él si lo dejas.  

Nacido de padres humanos en el año 1650, Londres. Mark Blair era su nombre. Los primeros quince años de su vida se dieron entre el pobrerío de la ciudad, entre ladrones y prostitutas, entre las constantes e insatisfechas necesidades y el juego que planteaban los de clase alta con gente como ellos. Sus padres murieron cuando era muy joven, dejándolo al cuidado y servicio de un viejo sacerdote.  Hasta ahí, de una forma u otro se las apañó para sobrevivir. Se podría decir que nunca tuvo una niñez propiamente dicha y que se acostumbró más de lo que debía a las bajezas del mundo humano.

Pero, su corazón, que todavía respiraba los saludables años de la primera veintena, se aferraba a la idea de una realidad mejor. Idea que pronto desapareció de su horizonte al vivir el azote de la Gran Plaga en Londres. Los horrores de las personas muriendo día a día y en impresionantes cantidades, dieron un giro a su vida. La ciudad pronto comenzó a apagarse, los negocios cerraban y la actividad usual se veía trastocada por la epidemia. Él permaneció junto al sacerdote que lo había criado, ayudando voluntariamente con los enfermos. No había mucho que un muchacho de los barrios bajos pudiera ofrecer, sin embargo, aprendió rápido sobre conocimientos médicos y otras utilidades necesarias en el momento, misma necesidad que los llevo a utilizar la iglesia como refugió para los enfermos.

Bien dicen que en tiempos oscuros, los pequeños rayos de luz resplandecen con mayor intensidad. A mediados de 1665, conoció a una joven doctora que llegó a la iglesia para ayudar y de la cual se enamoró con el pasar de las semanas. Ella era una hermosa mujer, de cabello dorado y deslumbrante sonrisa, y sobre todo, con un corazón capaz de bondad y compasión, de entrega desinteresada. Ferguth simplemente quedó cautivado por ella, Annette se llamaba. Por más que comprendía que él era demasiado joven para ella y todo lo que pudo hacer fue transformar su amor en puro respeto y aprender, ayudar a combatir la epidemia. Cuando un cálido sentimiento calienta y abraza desde el interior, la realidad no parece tan cruel. Más aun, lo era. Un año más tarde, la plaga no tardó en tomar la vida del sacerdote y de la propia Annette, a la vez que se desataba el incendio más grande de la historia en la ciudad.

Quebrado por el dolor de la pérdida y hostigado por la ferocidad del incendio, abandonó su lugar natal, muy hacia el sur. Como humano, su último recuerdo de Londres fue el ver quemándose al gran roble del patio de la iglesia, ardiendo con la misma intensidad con la que pesaba su alma. Movido por estos sentimientos y cegado por la rabia contra la propia vida que le había arrebatado lo que más quería, pasó los siguientes doce años de su vida trabajando para un gremio de asesinos. La pasión por salvar la vida que una vez guio sus pasos, ahora era una simple búsqueda de dinero y de vida fácil, ahogándose en su propio veneno.

No es de sorprendernos que eso le costara la vida. Las habilidades de lucha que desarrolló en esos años, una noche, entorpecidas por los excesos de la bebida, le impidió esquivar un golpe que si bien no fue mortal, fue suficiente dejarlo desangrarse en alguna calle sucia y olvidada. Así fue que a la edad de 35, su alma fue llevada a la tierra de los muertos, que más adelante llamaría Taraji.

Sin entender del todo lo que estaba viviendo, o lo que padecía en muerte, vago por quién sabe cuántos años en desolados parajes, tan secos como su propia alma. Tuvo mucho tiempo para pensar y meditar sobre su vida… pero ni todo el tiempo en el mundo podía curarlo… algo de lo que se dejaría de preocupar más temprano que tarde, aunque no por decisión propia.

Un buen día, despertó confuso y desorientado, con la mente en blanco, con un vacío en su pecho, nuevamente para caminar sobre la Tierra. Poder y conocimientos ajenos a sí mismo, invadieron su nueva existencia, pasó a formar parte de una misión más grande que él. Poco tardó en adaptarse al mundo que tenía al frente, sin recuerdos a los que aferrarse, el trabajo para el que había sido destinado pasó a ocupar la totalidad de su tiempo y de sus pensamientos.

Todavía conservaba la forma que tenía cuando humano, pero al mirar su reflejo no se reconocía… Todo fue… un comenzar de nuevo, nueva vida, nuevo nombre... Ferguth Rell. De ese modo, sirvió fielmente y por más de cien años a lo que ahora era su dios, protegiendo a los humanos de su propia estupidez. Ahhh, si tan solo pudiera recordar, se reiría de la asquerosa ironía de estar ayudando otra vez. ¿Por qué debía repetir ese ciclo?

Actualmente trabaja en una tienda de la ciudad, camuflado puesto en el que ayuda con sus diferentes e “inofensivos” preparados a los humanos y, a la vez, a los otros seres que lleguen allí en busca de sus servicios. Alguien muy dedicado que conserva vestigios de lo que era su personalidad, oscurecida por los años que ha pasado como brujo. Dudas… las dudas invaden su mente cada tanto… hay lagunas para las que no encuentra explicación, lagunas que sabe que existen en su mente. A veces, entre sus meditaciones y el humo de los rituales, imágenes lo invaden como llamándolo a que indague… pero, ¿eso no significaría levantarse contra las normas que protege, contra un dios que venera? ¿Cuánta oscuridad se sumará a su camino si deseara conocer algo que le fue prohibido?