Expediente de Samael (ID)

¿Qué cómo es?... Iremos por partes. (Como dijo Jack el Destripador... muahahaha)

Físicamente hablando es una persona que si bien no es gruesa y fortachona, tiene unos músculos fuertes y desarrollados. No es un guerrero, pero tampoco un palillo, es decir, presenta un aspecto sano, equilibrado.

Su piel es pálida, muy pálida, no muy amiga de los días soleados y calurosos. Tiene una larga melena dorada, brillante como el oro liquido, ondulada, que llega algo más abajo de su torso. Dado a que no desarrolla una gran actividad física, no le supone una molestia tener el pelo así de largo. Su rostro es anguloso y firme, con unos finos labios que habitualmente adoptan un rictus serio, casi severo. Lo único que otorga algo de vivacidad a su rostro son sus sagaces y observadores ojos verdes.

En cuanto a su vestuario... actualmente trabaja como cura en una pequeña iglesia de la ciudad, a la caza de las almas huidas. Así que viste la típica sotana de un hombre de fe, y de su cuello cuelga una cruz dorada. Ese seria su aspecto en la Tierra. En Skaya suele vestir holgadas túnicas blancas, cómodas y majestuosas. Tiene sendas alitas de un suave color dorado saliendo de detrás de sus orejas, como todos los potestades.

Es un hombre que ha sabido templar su carácter. Es bastante tranquilo, si bien es severo y exige disciplina de quienes le rodean, tanto como del resto de habitantes de Skaya como de los humanos. Su rostro de amargado no es porque naciera con esa cara, generalmente esta así, irritado, pese a su carácter tranquilo, ¡y no es para menos cuando ve a dos serafines sin cerebro luchando, rompiendo la paz en Skaya!

Como potestad que es, posee un gran orgullo, es decir; si, será tranquilo y todo lo paciente y atento que sea necesario dado el caso, pero provócalo, acaba con su paciencia, y recibirás un afilado comentario que te recuerde de la charca de la que saliste reptando.

Si bien de momento no tiene nada más valioso que su hogar en Skaya, es tremendamente posesivo con su tiempo y espacio privado, pese a que sabe que se debe a los demás. Disfruta de la soledad, de la tranquilidad. Poder estar en un espacio donde pueda meditar, y dejar que sus sentidos se armonicen con la naturaleza que lo rodea: las almas que descansan en Skaya, los animales, las plantas...

También habría que destacar la frialdad con la que realiza su trabajo. Para él no hay grises ni medias tintas. Si has hecho bien, serás felicitado por él. Si haces mal... vete preparando para un laaaargo sermón. No es de los que se callan, y nunca miente. Pese a quien le pese.

Así que recapitulemos: inteligente, paciente, tranquilo, orgulloso, severo, solitario, generoso y amable con las almas buenas y puras... ¿y las relaciones? En el sentido más intimo y profundo, claro. Pueees... No es muy dado a ellas. Entiende que la humanidad ha caído en un pozo de depravación: todo se reduce al sexo muchas veces. Él, aunque no aspira a formalizar ese tipo de relación con nadie, tiene ideas más románticas. Si, ¡románticas! Tiene muy claro que se puede estar con alguien sin relacionarse de forma física, solo emocional y espiritualmente.

Otro tema espinoso: ¿cómo se lleva con el resto de razas? Sinceramente... ofenden su vista. Prefiere no tener trato con ellas, e ignorara su presencia todo lo que pueda. Jamás optara por la violencia, por supuesto, pero algún comentario mordaz si que puede dejarse caer.

¿Qué pasa con sus recuerdos humanos perdidos? Sabe que no los tiene, pero no es algo que le quite el sueño. Esta satisfecho con su situación actual. Más que buscar recuperar sus recuerdos, esta orgulloso con su papel como potestad. Y es que teme en el fondo que sus recuerdos no le gusten del todo...

Samael, que en aquellos días respondía al nombre de Hugue de Watteau, nació en Francia en 1773. Era el hijo menor de una familia de la baja nobleza. Desde pequeño tuvo claro que no iba a heredar nada, ya que tenía a cuatro hermanos por delante, y como en muchas familias en esos años decidieron que el pequeño Hugue se inscribiera como monaguillo en la iglesia católica. Así tenían una boca menos que alimentar y preocuparse. Durante un tiempo fue mandado de iglesia a iglesia como ayudante. No tenía una fuerte constitución, por lo que caía a menudo enfermo y daba más problemas de los que solucionaba. Solo gracias a su determinación de salir adelante y su buena actitud, sus esfuerzos se vieron recompensados. Un viejo cura se fijo en el chico y decidió enseñarle las escrituras de Dios. No solo eso, le enseño a leer y escribir y ser un buen siervo de Dios. Si bien estaba muy agradecido con ese hombre por todo lo que le estaba enseñando, hubiera deseado que ese viejo cura no tuviera la mano tan larga... muchas veces mientras estudiaban, Hugue tenía que concentrarse en lo que leía, mientras ignoraba donde estaba tocándole la mano de ese hombre. Por eso quería aprender todo lo que pudiera, para solicitar su ingreso en el cuerpo de la Iglesia, y librarse al fin de su maestro y cuidador. Sabía que si emitía una sola exclamación de protesta sería echado a la calle. Injusto, pero inevitable. Odiaba su situación, pero decidió aprovecharse de ella todo lo que pudo. Además, el chico pronto fue muy querido entre los fieles que acudían todos los días a rezar. Aunque su carácter era algo tosco y cerrado, ayudaba todo lo que podía a los que solicitaban consejo. También Hugue aprendió el arte de curar ciertas heridas. A veces de forma autodidacta, otras que le enseñaban.

Finalmente con 18 años pudo ingresar dentro de la iglesia, y ganarse su puesto como cura tras unas duras pruebas. Se libró de su maestro cuando le encargaron el cuidado de una pequeña iglesia en París. Lleno de esperanza, fe y dando gracias al Señor por haberle dado la fortaleza suficiente para haber aguantado hasta ahora, se dedico en cuerpo y alma a su pequeña comunidad de fieles.

Pero tuvo la mala suerte de nacer en una época complicada en Francia. En 1793 se iniciaba la época del Terror bajo el mandato de Robespierre. Muchos fueron perseguidos, encarcelados y guillotinados. Sobretodo miembros de la nobleza y de la iglesia. Hugue fue uno de ellos. Fue denunciado falsamente por ser miembro del partido contrarrevolucionario. Mientras era detenido observó con gran pesar como su pequeña y amada iglesia era saqueada. Fue torturado mental y físicamente en la cárcel. Muchas veces su fe flaqueó, y dudo de la justicia de Dios. ¿Qué había hecho él para merecer tal castigo? Entonces lo entendió. No era él... ¡el resto de la humanidad se estaba viniendo abajo! Las almas buenas estaban siendo corrompidas. Y él ahora estaba siendo víctima de ello. Mientras le llevaban a la guillotina curiosamente no sintió miedo por él. Él había vivido plenamente, cumpliendo los buenos mandatos del señor... ahora se iba a reunir con él. Por quien más lo lamentaba y sentía era por las pobres almas que se quedaban en esa vorágine de muerte y oscuridad. Estaban tan ciegos...

Cuando era pequeño siempre le había fascinado una frase de Jesús estando en la cruz: Le decía a Dios que perdonara a las personas causantes de su muerte, ya que no sabían que estaban haciendo. Ahora podía entender a que se refería el Mesías...

Mientras el filo de la guillotina descendía sobre su cuello, Hugue sonrió.

Pero no fue el fin para él. Adonai vio en él el suficiente potencial como para nombrarlo como uno de sus potestades. Al mismo tiempo que los recuerdos de su pasado se disipaban de su mente, le fue otorgado un nuevo cuerpo y un nuevo nombre.

El orgulloso y severo Samael nació en ese momento. Siente verdadera dedicación y adoración a Adonai, y cumple con su deber con devoción. En cuanto se hubo acostumbrado a su vida en Skaya y se labró una reputación de responsable, serio e implacable (que no ha sido hasta hace pocos años), solicitó descender a la Tierra para ayudar a limpiarla de las almas huidas, y alejar a los humanos de esa clase de actividades.

Consiguió un pequeño puesto como cura de una humilde iglesia, y desde allí observa, cuida y regaña a los humanos que vienen a buscar su consejo. Al mismo tiempo esta a ojo avizor ante posibles amenazas...